Por clothing-bag, 19/05/2022

Violencia machista “Me rajaron sin avisar”: relatos de violencia obstétrica (I)

Antes de que ti cheguese empece a poesía apoñerse en posición fetale os nutrientes dunha mazá formen atúapreciosa pleuravousaír aí dentro proclamar avitoria do instintoe que o mundo vexa a hedra enroscárseme no cerebro e aqueles que nunca amaron choren a fíoante os teus peíños queaprenden a andar sobre o aire.

Olga Novo (2019)

Los de Patricia Martínez y Patricia Álvarez son los relatos decuando las poesías que vivían en su interior, en el refugio de paz del líquidoamniótico, quisieron descubrir las rimas del mundo que las esperaba. Tendríanque ser las mayores experiencias del cuidado, de la delicadeza y del respetopara madres y hijas, pero chocaron con una realidad que hizo tambalear susritmos naturales, que les robó intimidades y que las despojó del control sobresus propios cuerpos maternantes: la violencia obstétrica. Una realidadresbaladiza, que se aprovecha del desconocimiento de las madres y que adquierecarices sutiles a veces o se vuelve evidente y corporal en otras, pero quesiempre coloca a las mujeres en el lugar de los sujetos pasivos, desprovistosde capacidad de decisión.

La matriactivista Jesusa Ricoy (2013) define este tipo deviolencia como “el desconocimiento de las necesidades emocionales de la madre ydel bebé en cualquier momento del embarazo, del parto y del puerperioinmediato, así como de la autoridad y autonomía que la mujer tiene sobre susexualidad, su cuerpo y sus bebés”. Se entiende también como violencia obstétrica “el acto de ignorar la espontaneidad, lasposturas, los ritmos y los tiempos que requiere el parto para progresar connormalidad”. El trato deshumanizado que sufren las mujeres por parte de algunosprofesionales de la salud se concreta en la patologización de los procesosnaturales y en la rutinización de ciertas prácticas dictadas sin consentimientoinformado y/o sin justificación: episiotomías, cesáreasprogramadas, partos inducidos, constantes tactos vaginales, abuso demedicalización, maniobras de Hamilton y Kristeller... También se manifiestaen su forma psicológica, a través de la infantilización de las mujeres y lasfaltas de respeto en cualquier momento de la maternidad. Chispas delpatriarcado que prenden, una vez más, sobre el cuerpo de las mujeres.

Según elreciente Informe delObservatorio de las Violencias Machistas en la Maternidad de la asociacióngallega Materfem, el 86% delas mujeres participantes dijo haber vivido este tipo de violencia. Más del 44%la sufrió bastantes veces y casi otro tanto en contadas ocasiones. Una de lasprácticas que sorprendentemente aún refieren el 4,3% de las mujeres es elllamado “punto del marido”: un punto de sutura de más a la hora de coser laincisión de la episiotomía que estrecha la vagina con el único objetivo deproducirle más placer al hombre en las siguientes relaciones sexuales. Otro estudio preliminar sobre el conocimientode la violencia obstétrica por parte de las profesionales de la atención al parto, estavez elaborado a nivel estatal por la matrona Lola Ruiz Berdún y la psiquiatraperinatal Ibone Olza en el año 2014, ofrece dos datos igualmente relevantes: el94% de las especialistas encuestadas fue testigo de violencia obstétrica durantesu formación y case un 80% sintió presión para ejercer este tipo de prácticas en elparitorio. En las siguientes líneas, dos mujeres le ponen cara a los datos através de las experiencias de sus maternidades.

El manejo de los tiempos: en domingo no se da a luz

A Patricia Martínez le provocaron su primer parto en la semana 38de embarazo y sin previo aviso. Utilizaron la denominada maniobra de Hamilton,un tacto vaginal en movimiento circular que se realiza para desprender lasmembranas amnióticas de la pared del útero y que desencadena las contraccionesen pocas horas. Sigue siendo una práctica generalizada a pesar de que provocadolores intensos y desequilibra el ritmo natural del embarazo en los casos enlos que carece de justificación, puesto que el parto es un proceso fisiológicoque el cuerpo inicia de forma espontánea. “Me metió los dedos en la vagina y mehizo muchísimo daño, muchísimo; es como si te estuvieran arrancado algo de dentro.No te avisan de lo que hacen ni de que te va a doler de esa manera”, relataPatricia, que sufrió esta práctica en la última consulta de obstetricia enBetanzos antes de dar la luz en el Hospital Materno de A Coruña. “Cuando tienes tubarriguita, sientes al niño moverse y todo está bien, que alguien fuerce de esa forma, para mí resultadenigrante”.

Violencia machista
“Me rajaron sin avisar”: relatos de violencia obstétrica (I)

A la mañanasiguiente, cuando se levantó para ir a trabajar, descubrió que estabasangrando. Se marchó a urgencias y la mandaron de vuelta para casa otros dos días enque sufrió intensas contracciones derivadas de aquel tacto. En el momento enel que pudo ingresar, la subieron la planta y, de nuevo sin previo aviso, lepincharon un relajante muscular en la pierna. “De repente me quedé planchada.Incluso tuve alucinaciones porque llevaba dos días y medio con mucho dolor”.Era domingo, y hasta el lunes no dio a luz. La sospecha que ronda en cabeza dePatricia - “nunca lo sabré a ciencia cierta” - es que aquel pinchazo en la pierna no teníaotra intención que retrasar unas horas el parto: de un día festivo a uno laboral. “Entiendoque hicieron como les convenía a ellos; los tiempos naturales —piensa— nofueron respetados”.

Una vez preparada para el parto, ya en lunes y después de que lamatrona le hubiera explicado los procesos internos que iban a tener lugar en sucuerpo, Patricia sólo pudo decidir si quería o no la anestesia epidural. No tardaronmucho en practicarle, sin hacer uso del consentimiento informado, otra de lasmaniobras más conflictivas: la de Kristeller. Se trata de una práctica queconsiste en ejercer presión hacia el fondo uterino para que el bebé salga más rápidamente. Está prohibidaen países como el Reino Unido por los riesgos que puede implicar para lasmadres y los bebés y es contraindicada por autoridades como la OMS o el Ministerio de Sanidad ante la falta deevidencia científica. Todavía hoy, seis años después del parto, Patricia no le había puesto nombrey apellidos a esta maniobra, pero sí recuerda con nitidez cómo se posicionaronencima de ella y empujaron hacia abajo. “La sensación que tienes es de queeres, simplemente, un animal”. A esta práctica le sucedió luego el uso de fórceps- instrumento para facilitar la salida de la cabeza del bebé -y la realización de una episiotomía - incisiónen el perineo -, tampoco informadas. “Me quedé muy desgarrada y perdíbastante sangre. Supe, ya a posteriori, lo que eran los fórceps y lo quesignificaba ese corte en el perineo. De alguna manera, tenían que justificartodo el desgarro que me habían hecho”, cuenta Patricia, en aquel momento madrepor primera vez. “Yo no tenía experiencia y ellos sí, deberían habermetrasladado lo que sabían. Tú estás abriendo toda tu intimidad a un montón depersonas: ginecólogos, enfermeras, matronas, auxiliares... El respeto, elcuidado y el cariño tienen que estar presentes obligatoriamente”. Si pudieravolver atrás, le gustaría haber tenido un parto donde participar de otramanera, siendo consciente del qué y del porqué de cada paso dado.

Una vez con su niño en brazos, el plan de partosiguió brillando por su ausencia. No les explicaban cuándo iban a proceder a suprimero lavado o para dónde lo llevaban cuando se marchaban con él. El tratodejó mucho que desear. “De hecho, al hacer su primera caca pedimos ayuda y nosla denegaron. Hasta se rieron de nosotros. Sentimos muy poca sensibilidad. Dabala sensación de que hacían su trabajo de manera mecánica y que nosotros molestábamosallí”, recuerda. Al ver la cara de su bebé, Patricia olvidó todo lo malo, pero ahora, conel tiempo andado que permite recordar en perspectiva, se da cuenta, dice, deque en su parto se pudieron haber dado muchas “irregularidades”.

Maternar en pandemia: adiós a las aulas preparto

Este otro es un relato más reciente. Patricia Álvarez dio a luzantes de salir de cuentas, a comienzos de diciembre del pasado año, en medio dela pandemia de la Covid. En su última revisión, la ginecóloga también intentó hacerle la maniobra de Hamilton,pero cuando comenzó a sentir dolor le dijo que parara inmediatamente. “Me había informado antes por si acaso, porque sé que si no vas con conocimiento hacen de ti loque quieren”. Patricia fue una de esas casi veinte mujeres de O Couto, en Ourense, que se quedaron sin el derecho a educación prenatal a raíz de lapandemia. Una “situación de abandono” por parte del Sergasque se prolongó durante los meses finales del 2020, ya con lapandemia muy avanzada y la mayor parte de losservicios adaptados al nuevo contexto. “Yo me quedé sin matrona hacia elfinal del parto, y llegué al hospital con miedo de lo que me podría encontrar... Perdí bastantesclases y tuve que informarme por mi cuenta”, habla Patricia.

Llegado el momento, todo aquello que la matrona le pudo advertirmientras ejerció y todo aquello que ella aprendió por su cuenta se esfumó rápidamente. “Cuandopisas la realidad ves que no cumplen nada de lo que deberían”. Esta otra madreingresó en una habitación compartida en la que incluso tenía que dormir con lamascarilla puesta. Las contracciones las pasó dentro del baño, “que no son másque cuatro baldosas“. “Me apoyaba en el lavamanos y chocaba con el váter.Comodidad cero y atencióncero”, denuncia. “No te dejan salir de la habitaciónni tampoco tener contigo la pelota de dilatación para aliviar el dolor. Teponen pegas para todo: para darte una mascarilla si la tuya se rompe, paratraerte un cojín para poner entre las piernas, para traer una manta a tupareja…”. En un momento dado, sin aviso previo, le administraronmedicación para acelerar las contracciones. “Cuando te encuentras en esasituación no ves otra alternativa que ceder, por miedo y porque te dicen que sino te la ponen el parto no va para adelante”. Horas más tarde tuvieron queretirársela porque “le estaba provocando taquicardias a la niña”.

Durante el partoutilizaron la ventosa obstétrica parasacar al bebé del canal de parto y le realizaron un corte en el perineo. Ningunade estas técnicas le fue consultada. Patricia ni siquiera sabía lo que erauna ventosa en el momento en que se la estaban colocando; pero le molestó,sobre todo, la práctica de la episiotomía sin aviso ni consentimiento dado: “Merajaron y no me lo dijeron. Me enteré por casualidad, cuando vi que leexplicaban a un chaval de prácticas cómo se cosía la incisión”, relata. El piel con pielcon su niña fue, según explica, uno “descontrol total”. “Me la cogían constantemente,me la llevaban, me la traían, había manos por todos los lados; no se respetónada”. La primera frase que recibió al subir a planta fue: “Si no le das elbiberón te la ingreso en neonatos”. El abuso de poder desde el ámbito sanitariose hace especialmente perceptible en lo relacionado con la lactancia materna.“No me dejaron tiempo ni calma”- critica - “para ver si la niña me cogía el pecho.Lo único que les importaba es que no llorara y no molestara. Así fue queacabamos dándole biberón. Antes de que te la lleven, haces lo que sea”.

La comodidad de las mujeres que dan la luz queda supeditada, enmuchas ocasiones, a la comodidad de los propios profesionales —el ejemplo másevidente lo tenemos, sin ir más lejos, en la posición habitual en la que parenlas mujeres—. La falta de recursos y medios en los hospitales gallegos también dificulta unaatención humana a las mujeres que maternan. Patricia Álvarez, débil tras elparto y con la herida de la episiotomía aún muy reciente, recuerda tener quebajar y subir de rodillas de su camilla medio rota. Casi no pudo ni siquieraocuparse de su niña mientras estaba en la cuna de la habitación del hospital.La violencia obstétrica se cuela hasta por las más mínimas grietas, y las mujeresque pasaron por ella piden para las próximas partos humanos, respetados ydignos, donde quien lleva a su criatura dentro tenga voz y sea escuchada, físicay psicológicamente.

Sobre este artículo
“Me rajaron sin avisar” es el primero de una serie de tres artículos sobre violencia obstétrica en Galiza realizados por Asalta, un espacio feminista que nace dentro de O Salto Galiza —la redacción gallega de El Salto— para reflexionar sobre el periodismo transversal. El artículo fue publicado originalmente en gallego y ha sido traducido al castellano por su autora.
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