Por clothing-bag, 28/07/2022

“Los crímenes de Bartow” (Por capítulos) | EL ESPECTADOR

“Los crímenes de Bartow” se basa en la historia del ecuatoriano Nelson Serrano Sáenz, quien lleva dieciocho años recluido en Estados Unidos esperando su ejecución.
Foto: Editorial Planeta

Dicen los condenados a muerte que aquel lugar es lo más parecido al infierno. Cuentan que allí, en el encierro, se vive cada día como si fuera el último. Dicen que aquel estribillo “dead man walking”, “dead man walking”, se convierte en una pesadilla constante desde el día en que entras por primera vez en ese pabellón y los guardias de seguridad te reciben con sus rostros cínicos, sonrientes algunos y pérfidos otros, con esas tres palabras envueltas en una entonación macabra. Y entonces, rematan su bienvenida llevándote a visitar el sitio en el que un día te ejecutarán, una lóbrega sala con vistas al auditorio desde el que sus ocupantes te verán morir.

Esa mañana, emprendimos nuestro camino hasta el centro penitenciario Union Correctional Institution, la prisión de máxima seguridad en la que está recluido Nelson Serrano desde 2006 cuando Susan Roberts, una jueza de la corte de Bartow, le impuso cuatro penas de muerte.

Un largo recorrido por las autopistas del estado de Florida nos llevó desde Sarasota, una hermosa ciudad situada junto al golfo de México, a la desoladora Bartow, y luego desde Gainesville hasta la localidad de Raiford, al norte del estado de Florida.

Le sugerimos: Rojas Herazo: Respirando el verano, la belleza de la ruina y el olvido

En mi mente da vueltas una frase que leí la noche anterior en una antología de cuentos y relatos del escritor argentino Juan José Saer: “Voluntaria o involuntaria, la memoria no reina sobre el recuerdo: es más bien su servidora”. Sé que me quedaron grabadas estas palabras por el temor desmedido que me asalta desde hace años ante la posibilidad de perder la memoria y convertirme en una carga insoportable, en un despojo con sus signos vitales latentes para desgracia de mis seres amados. De forma maniática y silenciosa, además de la lectura diaria, hace tiempo empecé a trabajar mentalmente con ciertos ejercicios básicos: cálculos matemáticos, juegos de palabras y, sobre todo, recuerdos remotos que repaso una y otra vez desde los primeros años de la niñez (quizás entre los tres y cuatro años) para mantenerlos diáfanos y vivos. Cada día viajo a algún punto del pasado para rescatar esas imágenes, olores, sabores o episodios normalmente triviales que han formado parte del olvido durante años y que, ahora, vuelven con más fuerza, con mayor intensidad, para mi consuelo. No puedo imaginar aún que el destino, caprichoso e indescifrable, traerá otra vez a mi mente esta frase de Saer cuando vea a Nelson Serrano y hable con él.

Además de grabar todas las conversaciones que mantenemos con Francisco Serrano, tomo notas en un cuaderno que llevo desde el inicio del caso. Aquí, caóticas, a momentos incomprensibles, están las referencias sobre lo que veo, escucho o me llama la atención, incluso algunas sensaciones que caen sobre mí estos días durante el viaje, como las interrogantes que me embargan antes de conocer a Nelson Serrano remarcadas con varios signos de interrogación. La noche antes de visitar el corredor de la muerte, luego de la cena, ya en la habitación, hablamos con Stefi sobre estas sensaciones compartidas. Los dos tenemos aún muchas dudas sobre este caso, aunque la visita a Erie Manufacturing y la conversación con Francisco nos ha ayudado a comprender mejor los hechos. Compartimos, en especial, una enorme interrogante sobre ese hombre que lleva dieciocho años encerrado por un crimen que asegura no haber cometido.

Hablamos también con mi esposa sobre la postura soberbia de Nelson Serrano en los videos del juicio e incluso compartimos todavía ciertas dudas sobre su participación en el crimen, no como autor material, pues las pruebas sobre la presencia de al menos dos personas son claras, pero sí como uno de los sospechosos de ser el autor intelectual, aunque la historia que nos ha relatado Francisco esta tarde sobre el dinero de las empresas ha disipado en parte nuestra suspicacia.

“Los crímenes de Bartow” (Por capítulos) | EL ESPECTADOR

Le puede interesar leer: Héctor Rojas Herazo, el poeta, el periodista, el pintor

Sabemos, porque nos lo habían anticipado, que entraremos en la prisión sin ninguno de los aparatos que hoy resultan tan útiles para atesorar recuerdos: una grabadora, un teléfono celular, un computador personal… La vida actual parece imposible sin al menos uno de estos artilugios de los que nos hemos vuelto tan dependientes y que no será posible llevar en nuestra visita al corredor de la muerte. En otro apunte de mi cuaderno, que prueba mi espantosa caligrafía, con esfuerzo, descifro otra frase de Saer que escribí anoche y que tiene conexión con la primera: “… el recuerdo es materia compleja. La memoria no basta para asirlo”. Me abruma en ese momento la posibilidad de entrar sin teléfono y sin cuaderno a esa sala de visitas. Apelaremos, por tanto, a la memoria de Stefi y a la mía para retener la mayor cantidad de datos e información sobre lo que suceda durante esas horas que compartiremos con Nelson Serrano, y, quizás, con suerte, a las breves notas que podremos hacer allí en unos pequeños papeles reciclados que nos entregarán los guardias de seguridad.

Francisco conduce nuevamente el vehículo. Nuestra conversación se interrumpe cerca de las nueve de la mañana, cuando estamos aproximándonos a la prisión en medio de una niebla espesa y de una llovizna persistente. Es un domingo inquietante para Stefi y para mí.

Apenas entramos en el parqueadero del Union Correctional Institution, entre la bruma que se disipa lentamente, aparecen los espectrales edificios que conforman este centro penitenciario. Mientras estacionamos el vehículo, Francisco nos comenta que visita a su padre en la prisión al menos una vez al mes, siempre en domingo, que es el día fijado para los internos del corredor de la muerte. Al bajar del automóvil nos protegemos del frío. Dejamos en la guantera todos nuestros efectos personales. Apenas llevamos algo de dinero para comprar víveres en el bar de la sala de visitas.

Lo primero que nos llama la atención son las construcciones del complejo, rectangulares y lúgubres, pintadas de gris en su mayoría y de un amarillo pálido el de máxima seguridad. Y, por supuesto, nos impactan las enmarañadas alambradas que rodean el lugar entre dos cercas metálicas paralelas, rematadas por la parte alta con varias líneas disuasivas con cables de alta tensión.

Nuestra presencia en el corredor de la muerte ha sido autorizada con varias semanas de anticipación, de modo que en el primer filtro los guardias verifican las identidades de cada uno. Francisco es un visitante asiduo y conoce el procedimiento, pero para mi esposa y para mí esa es la primera visita a una prisión estadounidense, y aunque hemos seguido este caso de cerca, es también la primera ocasión en que veremos en persona a Nelson Serrano.

La noche anterior miramos otra vez los dos documentales que se filmaron sobre su caso, el primero de la CBS, que inculpa claramente a Serrano, lo muestra como un asesino en serie y descubre a Tommy Ray, el agente policial que tuvo a cargo la investigación de los crímenes de Bartow como el héroe de la historia; y también el trabajo de Janeth Hinostroza, una periodista de investigación que desnuda el sistema corrupto de la justicia estadounidense, critica la pena de muerte como institución e intenta demostrar la imposibilidad de que Serrano hubiera cometido los crímenes, según la teoría de Ray y de la fiscalía. Los dos resultan fundamentales para comprender los distintos rostros que puede tener una misma historia, y, sobre todo, para descubrir los vacíos e inconsistencias que envolvieron a la teoría elaborada por Ray y llevada a la corte por los fiscales John Agüero y Paul Wallace. Sobre estos dos trabajos audiovisuales y sus protagonistas volveremos más adelante, pues, por ahora, cuando Stefi y yo estamos a punto de entrar como visitantes en el corredor de la muerte, tenemos las mismas preocupaciones: la primera, relacionada con el lugar que visitaremos y, más concretamente, con nuestra seguridad allí dentro. Nos han prevenido quienes visitaron antes a Nelson Serrano sobre la forma en que debemos actuar, y, sobre todo, a mi esposa le han sugerido que vaya vestida con ropa holgada, sin nada llamativo en sus prendas, pues compartiremos una pequeña sala con unos quince o veinte detenidos, todos inculpados por homicidio en primer grado. Esta preocupación se desvanece cuando atravesamos los primeros filtros de seguridad y los guardias nos revisan y nos tratan con seriedad y profesionalismo. La segunda preocupación, en cambio, es la percepción que ambos tenemos sobre Nelson Serrano antes de conocerlo personalmente, una percepción acentuada por las imágenes que habíamos visto de él durante el juicio que terminó por encontrarlo culpable. Durante el trayecto le revelamos algo de esto a Francisco, pues a los dos nos quedó la sensación de que en el juicio Nelson Serrano se había mostrado soberbio, casi altanero en sus gestos frente al jurado, frente al juez y sobre todo frente a la familia de las víctimas. De hecho, hemos comentado con Francisco que en nuestra opinión aquella imagen de su padre pudo tener un efecto negativo en la decisión del jurado y, sin duda, lo tuvo en la jueza que, además, aunque suene extraño y absurdo, era compañera de trabajo de una de las víctimas: Diane Patisso.

—Un hombre inocente, en esas circunstancias y bajo asesoría legal, debía mostrarse deshecho, humilde, afectado por un caso que lo podía llevar a ser ejecutado, y sin embargo la actitud de tu padre durante el juicio fue sorprendentemente arrogante…

Ante esta visión, y sin ocultar su sorpresa, Francisco responde:

—Mi padre es así. Es un hombre que nunca se deja ver derrotado, y ahora que ustedes me dicen esto me doy cuenta de que sí, que durante el juicio se veía fuerte porque nunca se iba a mostrar de otra forma ante Phill Dosso, su exsocio que lo había llevado a ese lugar con sus acusaciones; sin embargo, les recuerdo que, por su sordera, él escuchaba lo que se decía en la Corte un instante después, a través de un computador, de modo que sus reacciones no coincidían exactamente con lo que escuchábamos.

Tras unos segundos de reflexión, Francisco concluye:

—Además, mi padre y los abogados estaban tan confiados sobre las pruebas que tenían a su favor, y sobre todo confiados por las pruebas que no tenía la fiscalía para acusarlo, que todos actuamos con la certeza de que sería declarado inocente…

En todo caso, aunque no se lo digo, pienso que sus abogados no solo se habían confiado de que el juicio parecía simple para la defensa, sino que también actuaron de una forma sospechosamente negligente. Esta idea me da vueltas por la cabeza ahora que los tres nos encontramos en el interior del pabellón de máxima seguridad de la prisión de Raiford.

Tras cruzar las primeras puertas de acceso, caminamos por un corredor exterior cubierto completamente por rejas, una suerte de jaula forjada con hierro y alambre de púas. En los patios del centro de reclusión, a cierta distancia, distinguimos un grupo de prisioneros vestidos con trajes azules. Son los convictos por delitos comunes que se mantienen separados del corredor de la muerte.

Finalmente, llegamos a la sala de visitas del pabellón de máxima seguridad. En su apariencia exterior no es muy distinto a los otros, aunque allí dentro se encuentran solo quienes han cometido delitos atroces, en su gran mayoría homicidas en primer grado. En estos días la población del corredor de la muerte es de algo más de doscientos veinte prisioneros, pero esta sección está habilitada para albergar allí cuatrocientas personas en celdas unipersonales.

Etiquetas: