Por clothing-bag, 05/07/2022

En el neverland de Parisi

Son las 4 de la tarde del día más frío del año. En el Golf de Manquehue, pleno barrio Los Trapenses de La Dehesa, dos maestros bien abrigados arreglan las canaletas de una casa construida en piedra, con ventanales amplios y un jardín de revista de decoración. Suena el timbre. Abre la puerta una mujer con delantal manga corta y las mejillas coloradas. Es Angelina, la mujer que trabaja en la casa de Franco Parisi, que mueve los brazos como dándose aire y se queja del calor excesivo de la calefacción central.

Adentro, hincado junto a un estante de madera repleto de premios, está Parisi (44). Vestido con traje gris y camisa blanca, como si estuviera a punto de dar una conferencia. "En mi casa ando con short, por decirlo de una manera elegante; pero ésta es mi ropa oficial, de académico", se apura en aclarar. Pero no es como académico ni como economista -el "economista del pueblo", como lo llaman- por lo que da que hablar: Parisi decidió hace unos meses ser precandidato presidencial. Y en abril, en una encuesta realizada por La Tercera, él marcó un sorpresivo 6%, quedando entre los cuatro favoritos. "¡Hazte ésa!", dice. Entusiasmado, el próximo fin de semana hará en Viña el "pre-lanzamiento de su campaña" -como reza un volante con su foto-, donde los $ 12.000 de la entrada VIP dan derecho, como allí se anuncia, a ser parte de las 30 personas que compartirán un cóctel con él.

Pero ahora, dentro de su casa, Parisi parece preocupado de otros asuntos. A su lado están sus mellizos de cuatro años y medio. Se llaman Emilio y Franco, a quien él llama Lilo y Canco. En uniforme, los niños intentan hacer piruetas en bicicleta sobre una alfombra beige.

La casa es inmensa, imponente. El sueño de cualquier niño, sobre todo para el que fue Parisi, quien pasó su infancia detrás de la Villa Japón, en Las Rejas. Vivía en una casa de dos pisos, frente a la cual jugaba a la pelota con su equipo Los Diablos Rojos. Recuerda que allí, el 11 de septiembre de 1973, su padre -ex capitán de Ejército y economista- lo llevó a su pieza y desde la ventana vieron el humo de los bombardeos. El día del golpe "o pronunciamiento, como quieran llamarle", precisa Parisi, su padre se lo dijo claro: "Acuérdense que esto es histórico".

En el segundo piso de esa casa en Las Rejas, Parisi compartía pieza con su inseparable hermano Antonino, tres años mayor y también economista. Dice que su hermano le daba permiso para ir al baño una sola vez en la noche, porque lo despertaba. Franco soñaba entonces con una casa grande, con espacio, con ocho piezas… como la que tiene ahora. Y no lo pensó mucho. "El 2003 estaba viviendo en Estados Unidos y cuando vine a Chile pasé por afuera, vi el cartel 'Se vende' y entré. Andaba con short y polera, la dueña me miró con cara de 'y éste con qué se la va a comprar'… Y me la compré altiro. Hacía clases en Georgia, pero había ganado plata comprando acciones".

Parisi ha pasado toda su vida pensando en la inversión. Cuando era chico, leía el movimiento del mercado en el diario, y cuando cumplió 12 pidió que no le regalaran más autitos Matchbox, sino plata. "Compré acciones en Endesa a $ 15 y las vendí en $ 800", se jacta. Desde entonces, antes de comprar cualquier acción, hace una suerte de ecuación, dibuja un gráfico y predice lo que irá bien o mal. Dice que no falla. "Con La Polar nunca nos calzaron los números, así que no compramos".

En el neverland de Parisi

-¿Por qué habla siempre de "nosotros"?, ¿inseparable de Antonino?

-Digo "nosotros" porque estoy acostumbrado a decir "we", así se escriben los papers.

La compra de acciones dio frutos temprano: a los 19 años se compró su primer auto, un Reanult 5 "que andaba chueco", y a los 21- recién egresado de Economía en la Universidad de Chile, como su padre y su hermano-, el primer departamento. Hoy tiene inversiones en empresas, es consejero de la Corporación del Cobre, decano del Iede, profesor de la Chile y la Unab y cambió el Renault por dos autos que ha repartido entre sus hijos: el Porsche Caimán es del Lilo y lo usan para andar en Santiago; el Canco se adjudicó un jeep Sahara para partir a la casa en la playa en Puerto Velero, donde él y los mellizos tienen motos areneras y un boogie.

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Con sus hijos ha seguido los mismos pasos que él dio con la inversión. Los mellizos ya tienen acciones en Falabella y Banco de Chile, pero de eso ellos entienden poco y nada. Sólo saben que cada cierto tiempo les llega un sobre. Parisi les explica los números igual como lo hace en televisión, donde tiene un programa en La Red junto a Antonino. Les habla de economía sin mencionar el Ipsa, UF, IPC, ni nada la jerga de los suplementos de negocios. También les ha dicho lo que él escuchó de niño: deben estudiar Economía en la Chile y hacer un doctorado en el extranjero. Un calco de la vida académica de él y su hermano, saltándose dos pasos: la enseñanza básica en la Escuela Salvador Sanfuentes y la secundaria en el Instituto Nacional. Los hijos de Parisi estudian en el Santiago College en La Dehesa y cuando grandes quieren ser bomberos o futbolistas de la "U".

***

En el living de Parisi hay un sillón de cuero negro, otro de tres cuerpos de cuero blanco, un par de bergeres, una mesa de vidrio y un espacio vacío, donde claramente falta algo. Parisi lo explica: "Quería aprender a tocar piano y me compré un piano lindo, grande, de media cola. Me lo compré para decir que iba a tomar clases, pero en el fondo sabía que no lo iba a hacer". Ni siquiera alcanzó a buscar un profesor o leer una partitura, porque hace unos meses entraron a robar a su casa y se llevaron todo: aunque parezca increíble, hasta el piano Yamaha salió por el ventanal que da a una pista de cemento que recorre toda la casa y donde los niños andan en bicicleta. Poco más allá está la terraza, el patio grande con pasto perfecto, la piscina enrejada… todo rodeado por un muro muy alto que le da a la casa un aire de fortaleza. Desde el día del robo, el economista se blindó e instaló alarmas en cada rincón.

A un costado del living, en el primer piso de suelo de mármol, hay un comedor de madera caoba con 12 sillas como si 12 comensales estuvieran a punto de sentarse a comer. Uno se pregunta para qué, si el mismo Parisi dice que lo que menos le interesa es comer y la mayor parte del tiempo aloja en esa casa solo o con su polola, una argentina con la que lleva casi un año. El piano no es el único espacio que quedó vacío. Se separó hace un año y medio, y los niños se fueron a vivir con su mamá -quien fue alumna de Parisi en la Chile- en el mismo barrio. Tiene establecido un régimen de visitas que no se toca: los niños pasan con él las tardes de los martes y jueves, y un fin de semana por medio. Esos días Franco trabaja a ratos en su escritorio, sentado en una silla en medio de diplomas, más de 10 cámaras fotográficas de colección que ha comprado como adorno en remates -él no saca fotos- y varias tijeras y navajas, instrumentos de trabajo que heredó de su abuelo peluquero. Esos días sólo hace lo que es urgente, no contesta llamadas y juega en el segundo piso, que parece una versión urbana del Neverland de Peter Pan.

En esas tres horas de un jueves en su casa, Parisi puso hielo en un chichón en la frente, amarró zapatillas, se metió en una carpa iglú armada en la sala de estar frente a un pantalla de 100 pulgadas sintonizada en Discovery Kids, dibujó en una mesa pequeñita en la habitación adaptada como jardín infantil, donde la tía Tala- la hermana de su papá- les hace clases a los niños, ordenó por colores más de 100 autitos en la gran pieza de los juguetes, instaló cuatro pistas de autos, abrió las ventanas del patio interior y mostró las dos habitaciones idénticas de sus hijos. Cada una tiene una cama de dos plazas, bajo un afiche de un barrio de Nueva York, baño con tina, un walking closet con ropa perfectamente colgada, la figura de Shrek y el mamut de la Era del Hielo tamaño gigante en 3D, pegado a la pared, y muebles de Rayo Mc Queen, el protagonista de Cars.

-¿No te complica ser llamado "el economista del pueblo", con tantos bienes encima?

-Siempre hay algunos que van a pelar. Pero la gente sabe que me ha ido bien, nunca lo he escondido. La cosa es que a todos les puede ir bien.

Los niños vuelven a hacer piruetas en dos ruedas, y a uno se le ocurre ponerle nombres a los juguetes. De pronto, sobre la alfombra están cuatro bicicletas -con y sin ruedas de apoyo- y dos gokarts a pedales. Los mellizos eligen nombres, que su padre escribe con un pincel y tempera negra. Cuando la pintura está a punto de secarse, Lilo dice que quiere inventarles un apellido también.

"Eso sí que no -le responde su padre-, tiene que ser Parisi. Porque nosotros somos los Parisi".

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