Por clothing-bag, 11/12/2022

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Clases online y más tiempo con los chicos forman parte de la realidad de muchas madres, amas de casa, pero algunas profesionales deben salir a trabajar. Una situación difícil sobre todo para las que visten de blanco. Médicas y licenciadas en enfermería se enfrentan de cerca y de manera constante con este virus que todo lo transformó.

Adriana Nicora es pediatra y trabaja en el Sanatorio Italiano. Su vida profesional, al igual que la de sus colegas se modificó bastante. Empezando por lo más básico, las consultas hoy deben ser rápidas, concisas; solo pueden atender por turnos y ya no por orden de llegada. Los pacientes deben esperar en el auto y son avisados cuando pueden pasar.

El protocolo de higiene es mucho más estricto y solo puede asistir un padre a la vez, ya no hay consultas en familia como era costumbre; inclusive está prohibido ir con juguetes o comida a los consultorios de pediatría.

Adriana es mamá de tres hijos; la mayor tiene 10 años, un varón de 6 y la más pequeña tiene 4. La relación madres e hijos en estas circunstancias cambia mucho, en este caso, para bien: “Están felices ahora, porque tengo más tiempo para ellos”.

“A otras mamás médicas les diría que siempre se quiten bien el traje de protección y tomen todas las medidas, lleguen a sus casas, se bañen, se higienicen todo lo que puedan para poder abrazar a sus hijos. No poder abrazar a un hijo debe ser de lo peor”, acota y agrega que, en su caso, toma todas las medidas recomendadas: la utilización de gorro, guantes, tapabocas, cubrecara, ropa y zapato especial.

Satisfacción

Lorena Fontclara es terapista e internista (clínica) y trabaja en el Hospital de Clínicas, en el Hospital de Calle’i y, también, tiene un consultorio privado. Su ritmo de trabajo está a full desde que el covid-19 entró a formar parte de nuestras vidas. En las terapias intensivas se preparan para cuando estallen los casos, participando en jornadas de capacitación, buscando equipos de protección personal. “Por otro lado casi no veo pacientes en el consultorio”, comenta.

Como médica, también toma todos los recaudos al regresar al hogar. “Llego a mi casa desde el hospital y tengo todo un circuito de desinfección antes de estar con mi familia. No veo a mis padres, abuela, tíos y suegra desde que inició la cuarentena, para evitar exponerlos, ya que son mayores de 60 años”, expone.

Esta madre tiene 2 hijos: Agustín, de 19 años, y Luciana, de 10. “Agustín estaba estudiando en una universidad en Buenos Aires y tuvo que retornar. Por un lado, estoy feliz de tenerlo a mi lado, pero triste porque por un tiempo su sueño se truncó. Luciana está en quinto grado, luchando con las tareas virtuales, con las que le ayudo de noche y los fines de semana, junto con mi marido. Además intento compartir con ellos juegos de mesa, películas, charlas, cuando tengo un tiempo en casa”.

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Sus hijos –cuenta– están muy orgullosos del trabajo de mamá, pero por otro lado tienen miedo de que se enferme, y hasta temen que tenga que sufrir el rechazo social, como ocurrió en otros países. Ella agradece poder abrazarlos y siente una gran satisfacción al ver mejorar a los pacientes, una sensación “que no tiene precio”. “¡Fuerza, colegas! Esto pasará y seremos mejores médicas y, sobre todo, mejores seres humanos”, alienta.

Orgullo para los chicos

Celeste Valenzuela es licenciada en Enfermería y trabaja en la unidad de terapia intensiva del Ineram. Con el coronavirus, su actividad laboral cambió mucho, el nivel de estrés aumentó considerablemente y todas sus rutinas se transformaron.

Tiene tres hijos varones: Ezequiel, de 9 años; Samuel, de 8, y Benjamín, de solo 6 añitos. “Antes de entrar a casa tengo que cumplir una serie de protocolos en el garaje, en el que se designó un área para que yo deje mi zapato –que uso solo para ir al hospital–, y donde está preparada una conservadora con agua y jabón para depositar ahí mi ropa. Mi esposo ya sabe que estoy llegando y me espera con un preparado para rociarme, y todas mis cosas quedan en un canasto”, cuenta. A este estricto ritual se suma mantener todas las puertas abiertas para que ella evite tocar picaportes, e inclusive la ducha ya debe estar funcionando cuando ella llega. “Mis hijos ya están entrenados para no saludarme hasta después de mi baño”, sostiene.

“De mi rol de madre enfermera pasé a ser enfermera-madre-maestra al volver de las guardias”, comenta. Para esta mamá resultó doloroso ver a sus hijos con su papá unidos “llorando a Dios que guarde mi vida para que ellos sigan teniendo a mamá en casa y no aislada”; al comienzo tuvo miedo, pero entendió que era tiempo de servir y usar sus dones en lo que ama hacer. Mediante el trabajo en familia equiparon la casa y junto con su esposo conversaron con los chicos sobre el escenario actual. Antes de cada guardia, los orgullosos hijos la abrazan con todas sus fuerzas para despedirla.

Mamás aisladas

Para algunas de sus colegas enfermeras y personal de blanco en general, la situación es distinta; varios permanecen en cuarentena y otros tuvieron que ir a vivir a otro lugar para no exponer a sus hijos y los ven solo por videollamadas, otros mandaron a sus chicos a casa de los abuelos en el interior. La mamá enfermera explica orgullosa que el año 2020 ha sido declarado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) “Año Internacional de las Enfermeras y Matronas” y enfatiza que “servir es un honor”.

alba.acosta@abc.com.py

Fotos: Pedro González/ABC Color, Gentileza.

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